domingo, 13 de mayo de 2012

La inaguración.

Qué el tiempo está cambiando, ya nadie lo duda y que está haciendo calor como si estuviéramos ya en pleno verano, es evidente.

Por eso este fin de semana, he desembalado la mesa, las sillas y las tumbonas que tuvimos que comprar, cuando sus antecesoras de plástico murieron la pasada temporada. Las he dejado como una patena y le he dado un repaso al patio para empezar a disfrutar al aire libre del buen tiempo.


La ventaja de tener un patio, aunque sea pequeño, es que cuando se puede, se disfruta del estilo de vida mediterráneo: calle, aire, sol...; los niños pueden jugar en él sin peligro y han empezado las cenas tranquilas contemplando como nos sobrevuelan los aviones destino a pista de aterrizaje, disfrutando del lento anochecer y viendo como destacan las primeras estrellas.

La vida de verano así, es como un gran patio de vecinos, se oye lo que no quieres oír y eso nos ha proporcionado innumerables momentos jocosos; te oyen aunque tu trates de evitarlo y compartes el sonido de cenas familiares, informativos en televisores a excesivo volumen y olor a barbacoas (algunas desagradablemente preparadas con queroseno, grave error ¡donde esté la leña!...).

Capítulo aparte se merecen las noches de tumbonas a la luz de las velas, escuchando como poco a poco se apagan los sonidos de vida cotidiana, mientras se disfruta de una brisa nocturna que aleja a los inoportunos mosquitos, que me acribillan sin piedad por tener la sangre tan dulce.

¡¡No se puede estar tan rica!!, bromeo sin modestia alguna.

Y así estoy aquí, pasada la medianoche del primer fin de semana del ya cercano verano. Con el ratón inalámbrico (no me apaño sin él) a la derecha y una caja de bombones a la izquierda (esta noche no hay piedad, no me voy a conformar con uno, van a caer todos, no quiero resistirme).

Como música de fondo tengo los maullidos de un gato blanquinegro, que me mira curioso, encaramado a la valla, más lejos aún se escucha algún niño aún despierto y muy lejano, el ruido de los coches que entran en el pueblo.

Soy afortunada por disfrutar de esta calma, de esta temperatura, de este cielo estrellado, del olor de tomillo, del romero y de la tenue luz de nuestros faroles.

No tengo sueño, me niego a que el cansancio del ajetreado día me impida disfrutar de esta calma que también parece de otro mundo, aunque sea un mundo más modesto y más cercano a la capital del reino.

4 comentarios:

  1. Disfrutar de esos pequeños-grandes placeres de la vida y valorarlos como sólo tú sabes hacerlo, es una gozada. Qué ganitas tengo de probar las nuevas adquisiciones y de achuchar a los chiquinines :)
    Un besito.

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  2. Si es que como no tenemos tiempo de pararnos a pensar en los pequeños placeres diarios no los valoramos, pero todos tenemos nuestros momentos buenos del día, sólo hay que pararse a pensar en ellos para valorarlos.
    Pon fecha a la barbacoa, ya sabeis donde estamos...

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    1. Cuanta envidia sana me das!!! Lo que cuentas me recuerda a mis noches de verano cuando era mas pequeña jejeje.

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  3. Cuando era pequeña siempre soñe con vivir en una casa con espacio para estar al aire libre, con mis plantas y me me permitiera observar el cielo en las noches de verano. Tardé años, hasta que lo conseguí y me alegro de no haberme rendido, porque merece la pena.
    Besos "calurosos", jeje.

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