lunes, 21 de mayo de 2012

No tiene precio.

Tal y como decía el anuncio de esa famosa tarjeta bancaria...Así ha sido mi sensación esta mañana.


Me lo he pasado de lo lindo, se me han saltado las lágrimas, me he emocionado y me he reído. No, no me he ido de tiendas y he perdido el sentido y el crédito.


Hoy he disfrutado de un día libre para estar con mi hijo.


Bueno, con el mio y con otros 43 proyectos de persona "en vías de desarrollo". La profe de la Escuela Infantil de "el Tete", A., me propuso hace unos días ayudarla con los niños en una salida al teatro.


No me lo pensé, me pierdo muchas cosas de mis hijos, por tener que trabajar para pagar hipoteca y gastos derivados, así que me pedí el día libre (de esos que tenemos de libre disposición), para disponer de uno de los bienes más preciados que me doy cuenta que tengo: T-I-E-M-P-O (para vivir).


Y ha sido uno de los días mejor empleados. Sujetos modélicamente a una cuerda amarilla, todos con su identificación al cuello, hemos salido de la escuela, hemos ido en ordenada fila por la cera y hemos llegado a donde iba a tener lugar el tema.


¡Qué magnifica labor ha hecho A. con ellos! Con sus 2-3 años se han comportado como lo que son: niños, pero niños obedientes y expectantes ante lo nuevo que les esperaba.


Sentados en sus sillas, han abierto los ojos como platos ante el actor que empezaba su representación. Sus caras de sorpresa con las pompas de jabón, la música y las luces son algo que ya quedará para siempre en mi recuerdo, como la viva representación de la más hermosa inocencia.


No se quién ha disfrutado más, si los niños o los adultos que estábamos a su cuidado viéndoles reír y aplaudir. Y a pesar de que les gano con creces en años de experiencia en la vida, he sido una niña más, en realidad, en muchas facetas de mi vida jamás he dejado de serlo, he aplaudido con ellos, he cantado, he  bailado y he animado a bailar a los más tímidos.


He al terminar, he abrochado abrigos y hemos vuelto tan contentos a la escuela, tan disciplinados como a la ida, pero con una experiencia que contar a padres y hermanos.


Antes de irme, mi hijo me ha mirado suplicante: "M. no te vas, te quedas conmigo", me ha dicho. He acariciado su rizada cabeza, le he dado un beso (de esos besos que se dan cuando no quieres, pero tienes que irte, besos en los que dejas una parte de tu corazón y de tu vida, besos con fuerza y con amor, mucho amor) y me he escabullido sin que me viera.


El balance de esas dos horas con los niños: ha merecido la pena, siempre merece la pena dedicar tu tiempo a los que quieres.



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