martes, 18 de septiembre de 2012

Respira, respira.

Hay veces, cuando te falta el oxígeno, cuando ves que el aire no llena tus pulmones y tus latidos se vuelven agitados y duros, que necesitas sentirte rodeado de naturaleza.

Ver como las copas de árboles centenarios se mecen por el viento, te ayuda a tranquilizarte y a tranquilizar tu mente. A aplazar decisiones inaplazables y a madurar el otoño de lo que vendrá en breve a tu vida.



El silencio sólo roto por la voz de los niños, pocos paseantes en una tarde de domingo de finales de agosto y una fina brisa humedecida por el cercano Tajo. Cañas, patos lentos amodorrados por el calor del final de la tarde, de andares pesarosos, acompañando a pesarosos pensamientos.


Altas copas de árboles, que me hacen sentirme aún más pequeña cuando los miro desde su base.

Luz que se filtra entre sus hojas y la calma, esa calma que me hace sentir como se ralentiza la rabia. ¡Qué no habrán visto estos jardines de El Príncipe!


Un gato salta asustado entre la vegetación que lo cobijaba, mi niño se asusta más que el felino y busca refugio entre mis piernas. Le acaricio el pelo para tranquilizarlo y se abraza aún más fuerte, nervioso. Enseguida sigue con sus juegos, saltando y corriendo divertido. Es tan miedoso como corta es su experiencia en la vida. Sus temores son proporcionales a su estatura, simples, pero para el son descomunales.


Mi independiente hija, está empeñada (y lo consigue la mayor parte del tiempo) en recorrerse sin ayuda las avenidas de tierra prensada. No quiere "no poder" y cae una y otra vez y una y otra vez se levanta, a veces con llanto como música de fondo de sus avances, otras dura, como sólo ella es capaz de ser dura, sin una sola queja, en silencio y sin lamentos. ¡Cuanto tengo aún que aprender de ella!


Dicen que se parece a mi, pero a escala. Y si, pequeñas, menudas y obstinadas, así somos ambas. Nos caemos, pero nos levantamos y seguimos. Avanzamos con paso incierto, pero no dejamos de avanzar. La sigo mientras miro como apoya "en equino", como trata de mantener el equilibrio y como progresa.

La tarde se desliza, yo hago fotos a los haces de luz que me atraviesan como dagas, que me dañan las retinas, que me gustan tanto. Busco silencios, respuestas que no llegan a mis plegarias a gritos, mientras me cuesta no arrastrar los pies, con cansancio infinito de calor que abrasa, que contrasta con el frescor de la frondosa vegetación.


Nos encaminamos a la puerta  para volver a casa y no quiero, quiero quedarme un poco más. Y quiero volver a pasear en buena compañía. Quiero mirar y ver lo que me gusta ver. Quiero sacudirme el polvo que se cuela por mis sandalias, quiero ser "La condesa descalza".

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