jueves, 31 de mayo de 2012

Mi nueva vida.

Suena muy emocionante, pero la realidad es opuesta a las expectativas. 

La situación familiar ha cambiado substancialmente en las últimas semanas. Ha habido planes, cambio de planes, contraplanes y cuando ya parecía que todo estaba organizado, nuevos planes y nuevos cambios sobre estos últimos.

Desquiciante. Mi escaso equilibrio mental ha tenido que hacer malabarismos para apechugar con todo. Parece que todo está más o menos claro hasta octubre, pero no me fío. Algo pasará y habrá que volver a reorganizar el universo para salvaguardar el bienestar de los retoños.

Por las tardes, el apoyo paterno está "en sus labores", así que ahora recojo a los niños y nos vamos a casa y son mi única compañía visible hasta que se incorpora el cuarto elemento, cerca ya del inicio del día siguiente.

Ahora doy la merienda, la cena, baño y acuesto a los niños sola y veo los atardeceres sola en un más que abandonado patio. Y disfruto de la cena en solitario. Aunque esto último tiene sus ventajas: no ceno con muertos y eso me agrada más que cualquiera de la autopsias que he tenido que visualizar mientras me alimentaba, porque antes, con el Horatio de turno a pie de cadáver, disfrutar de la cena, poquito, la verdad, muy poquito.

Como desventaja: no tiene sentido hacer comentarios mordaces en voz alta sobre la relación de consumo de sustancias ilegales y la imaginación de los guionistas de series de televisión. Ni criticar despiadadamente los argumentos televisivos, sólo por el simple hecho de ser la vengativa mosca cojonera.

Con la certeza de todo el verano por delante, sola en casa con los niños, definitivamente se han esfumado mis sueños de disfrutar de la playa este año. No habrá paseos descalza por la arena a medianoche.  De Bora Bora, mejor ni hablamos.

Polinesia Francesa

Los niños no van a beber agua mediterraneamente salada y a acabar rebozados en arena, como si fueran escurridizas croquetas.

Como perfecta Bree, me dedicaré con similar dedicación a la jardinería, la repostería y a modelar la plastilina con los niños. Continuaré con el Arnidol en lugar de pasarme a la alta protección de los bronceadores.

Tal y como están las cosas en el mundo laboral, encima hay que estar contentos. Los horarios no son compatibles con la vida familiar y no digo nada de los otros ámbitos de la vida. Pero es lo que hay, es lo que toca y las alternativas son...., ¡anda!, si no hay alternativas.

martes, 29 de mayo de 2012

El poder de la palabra.

Hay veces que las palabras hacen mucho daño. Hay veces que las palabras que no se dicen también. Las palabras, aunque pensemos que son algo insignificante, tiene más poder de lo que le podemos atribuir en un primer momento. Depende de quien lo dice, como se dice y sobretodo a quien.

Hay ocasiones que dar una etiqueta a algo, lo marca de por vida. Hay nombres que cambian la vida de las personas que lo llevan. 

Hay palabras, que al escucharlas cambian el ánimo de quien las escucha, para bien o para mal. Y hay palabras que a fuerza de repetirlas, pierden su verdadero significado. 

A veces, es bueno medir las palabras, porque algunas se clavan en el alma y ya no las puedes arrancar. Algunas se quedan a vivir en tus oídos y no quieres dejar de escucharlas, aunque ya no sean audibles para nadie más.

A veces es bueno dosificar determinadas expresiones, para no gastarlas, para que no pierdan esa magia de la que están dotadas. A veces es mejor callar y dejar lo que vas a decir para mejor ocasión. A veces callarse, sobre todo si es a tiempo, significa perder la batalla, pero ganar la guerra.

A veces ya no bastan las palabras y hay que pasar a la acción.

domingo, 27 de mayo de 2012

El tren.

Sábado. El acuerdo tácito establecido de "quid pro quo" sigue dando sus frutos, así que me voy de comida con gente del ámbito laboral. Hace tanto tiempo que no ocurría algo así que estoy hasta emocionada.

Mañana de limpieza rápida en el hogar y a partir de medio día me voy dando un paseo lento, camino de la estación. El recorrido por el pueblo a esas horas, resulta de los más agradecido: la gente va a la compra, dos ancianas charlan a la puerta de casa y hay cocinas que huelen maravillosamente a guisos de pollo en salsa.

Repito inconscientemente el mismo recorrido que antaño hice acompañada, pero ahora sola, contemplo las calles, las casas que han pintado sus fachadas de otro color, las plazas y los parques que antes pasaban rápidos ante mis ojos, sin apenas reparar en ellos.

Llego a la estación, quedan unos minutos antes de que llegue mi tren. Y me siento a esperar.





Las vías me traen recuerdos de mi amor platónico de la adolescencia, con quien compartía los deberes de latín y la pasión por los trenes (ser nieta de maquinista creo que hace que lo lleve en la sangre). Ese amor duró lo que duró el bachillerato, pero también despertó en mi el interés por los relatos cortos y eso es lo único bueno que quedó de aquello.

Llega mi tren. Sentada en el vagón contemplo por la ventanilla lo que tantas veces vi antes, a veces sola, a veces acompañada. A tan sólo 35 minutos del kilómetro cero, me acercó al punto de encuentro. Cervezas, risas, un rato estupendo de diversión, abundante comida, un rico Albariño y un par de copas de Ruavieja hacen el resto.

Toca la hora de las despedidas y de volver a casa. Me siento fuera de contexto rodeada de gente que va a un concierto, con más piercing y tatuajes que un muestrario. Podría ser la hermana pequeña de alguno de ellos, pero me hacen sentirme mayor y aburrida.

Según me voy alejando de la urbe me voy relajando. Agradezco la decisión no forzada de vivir al sur y en el campo. Según van desapareciendo las edificaciones me siento más tranquila. Se respira la calma que tanto necesito.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Tan contenta.

Hace unos días, he vuelto a recibir un premio (este es el cuarto) y tengo tengo la misma sensación de "si yo no hago nada especial para esto".


Ni decir tiene que me hace tanta ilusión como el primero, el segundo y el tercero. Cada uno tiene su punto bonito, cada uno tiene algo que lo hace especial para mi. Pero este que me ha adjudicado La lonely mamá  http://lalonelymama.blogspot.com.es/, me ha encantado por el motivo por el que me lo ha dado, por dar un toque "new age".

Me gusta, si señor, me gusta, porque si tuviera que adjudicarme alguna etiqueta, esta me gusta. Y encaja muy bien con el espíritu de mi blog y con mi forma de ser, que es un compendio de muchas cosas.

¡¡Gracias, gracias, gracias y gracias!!

lunes, 21 de mayo de 2012

No tiene precio.

Tal y como decía el anuncio de esa famosa tarjeta bancaria...Así ha sido mi sensación esta mañana.


Me lo he pasado de lo lindo, se me han saltado las lágrimas, me he emocionado y me he reído. No, no me he ido de tiendas y he perdido el sentido y el crédito.


Hoy he disfrutado de un día libre para estar con mi hijo.


Bueno, con el mio y con otros 43 proyectos de persona "en vías de desarrollo". La profe de la Escuela Infantil de "el Tete", A., me propuso hace unos días ayudarla con los niños en una salida al teatro.


No me lo pensé, me pierdo muchas cosas de mis hijos, por tener que trabajar para pagar hipoteca y gastos derivados, así que me pedí el día libre (de esos que tenemos de libre disposición), para disponer de uno de los bienes más preciados que me doy cuenta que tengo: T-I-E-M-P-O (para vivir).


Y ha sido uno de los días mejor empleados. Sujetos modélicamente a una cuerda amarilla, todos con su identificación al cuello, hemos salido de la escuela, hemos ido en ordenada fila por la cera y hemos llegado a donde iba a tener lugar el tema.


¡Qué magnifica labor ha hecho A. con ellos! Con sus 2-3 años se han comportado como lo que son: niños, pero niños obedientes y expectantes ante lo nuevo que les esperaba.


Sentados en sus sillas, han abierto los ojos como platos ante el actor que empezaba su representación. Sus caras de sorpresa con las pompas de jabón, la música y las luces son algo que ya quedará para siempre en mi recuerdo, como la viva representación de la más hermosa inocencia.


No se quién ha disfrutado más, si los niños o los adultos que estábamos a su cuidado viéndoles reír y aplaudir. Y a pesar de que les gano con creces en años de experiencia en la vida, he sido una niña más, en realidad, en muchas facetas de mi vida jamás he dejado de serlo, he aplaudido con ellos, he cantado, he  bailado y he animado a bailar a los más tímidos.


He al terminar, he abrochado abrigos y hemos vuelto tan contentos a la escuela, tan disciplinados como a la ida, pero con una experiencia que contar a padres y hermanos.


Antes de irme, mi hijo me ha mirado suplicante: "M. no te vas, te quedas conmigo", me ha dicho. He acariciado su rizada cabeza, le he dado un beso (de esos besos que se dan cuando no quieres, pero tienes que irte, besos en los que dejas una parte de tu corazón y de tu vida, besos con fuerza y con amor, mucho amor) y me he escabullido sin que me viera.


El balance de esas dos horas con los niños: ha merecido la pena, siempre merece la pena dedicar tu tiempo a los que quieres.



sábado, 19 de mayo de 2012

Sólo con los dedos.

Cuando realmente tomé conciencia de la grave deficiencia visual de mi hija, una vez superada la tristeza inicial de pensar que habría infinidad de cosas en el mundo que no iba a poder ver bien, que no iba a poder disfrutar de los paisajes que yo veía, lejos de rendirme, traté de agudizar mi ingenio y darle una vuelta a mi imaginación, para compensar esa carencia.

Vale, no ve, ni verá bien. 

                                                                            

- "Para lo que hay que ver", me decía con cariño P., la persona que la cuidaba por aquel entonces cuando nosotros no llegábamos a tiempo del trabajo, para animar mi desconsuelo.

El ser humano es básicamente visual en su relación con el entorno que le rodea, es claramente la principal fuente de información sobre la realidad del mundo en el que se mueve.

Pero desdeñamos la importancia del resto de los sentidos. Así que me informé y traté de tener una formación básica sobre musicoterapia, aromaterapia, etc. Y empecé a trabajar con ella el tacto. 

Al principio era tremendamente reticente a tocar nada, encogía las manos y para ella era una estimulación aversiva. Pero yo soy más cabezona que ella y al estilo de "El milagro de Anne Sullivan", salvando todas las distancias, empecé a trabajar la técnica de la aproximación sucesiva (moldeamiento). 

En un primer momento reforzaba positivamente (de forma verbal) cualquier contacto ocasional con los objetos. Con la meta bastante lejana todavía, empecé a colocar diferentes muñecos cerca de sus manos y además de efectuar seguimientos visuales, potenciaba cualquier contacto táctil con juguetes, blanditos y suaves, principalmente.

Nos llevó su tiempo, las semanas y los meses iban cayendo. Una vez consolidado el hecho de tocar cosas sin que se sintiera amenazada, empezamos a trabajar con texturas diferentes.

Y aprovechaba cualquier circunstancia para que experimentara: telas, cojines, caras, suelo, paredes, pelo... Aún recuerdo los paseos de vuelta a casa, cuando tras volver de trabajar, iba a buscarla a la Escuela Infantil y por el camino le iba nombrando lo que íbamos a tocar: un coche, una pared de piedra, el hormigón, los ladrillos de las casas, las metálicas farolas, los rugosos troncos de los árboles, todo era etiquetado y por supuesto, tocado.

Poco a poco fue alargando de forma voluntaria las manos para acercarse a tocar su mundo más cercano. ¿La meta? que percibiera a través de la yema de sus dedos, lo que el resto percibimos con los ojos.

Con el afán de saber como la que tiene nombre de marca de cerveza egipcia, sentía las cosas a través de sus pequeñas manos, empecé a tocar lo mismo que ella, empecé a percibir el mundo con otra "visión" distinta. Gracias a ella, empecé a descubrir el universo del contacto. 

Y me gustó, me gustó tocar bolas de papel de aluminio, de notar como cedían amables bajo la presión de mis dedos, los discos desmaquillantes de blanco algodón, la temperatura de los cristales de casa, la suavidad de las paredes de la escalera, el frío del mármol de los escalones, la viscosidad de la mermelada e infinidad de cosas de la vida cotidiana, que pasan ante nosotros sin que nos percatemos de ellas.

Volví a experimentar la maravillosa sensación de la piel caliente al ser acariciada, la suavidad de los melocotones, el frío doloroso del hielo, la cera tibia de las velas recién apagadas, todo, absolutamente todo lo que estaba a mi alcance.

Trasmuté el mundo en una maravillosa sinestesia, gracias a ella. Y lo que en un primer momento me pareció un handicap, lo hemos transformado con el tiempo en otra rica experiencia vital.

Así, en mi último viaje a Santiago de Compostela, ya con ella, al colocar mi mano derecha junta a la suya, sobre el parteluz del Pórtico de la Gloria, sentí a través de la piedra, el latir del corazón de millones de peregrinos que habían hecho ese mismo gesto antes que nosotras, durante cientos de años.

                              


La misma sensación que al tocar las paredes del interior de la pirámide de Menkaura (Micerinos), mientras descendía a su interior. Y la indescriptible sensación de respeto, al tocar la cúpula del Vaticano, mientras ascendía por su estrecha escalera, sujeta a una dura  y áspera soga. 

Gracias a ella, hoy en día sigo disfrutando, tocando cada cosa que está al alcance de mis dedos.


jueves, 17 de mayo de 2012

Celos.

Hemos tenido en casa la siempre agradable visita de una amiga, con su niña, una preciosidad de bebé que ahora tiene 6 meses, un diente y que promete... promete ser "movidita".

Me ha encantado su mirada curiosa y sus carcajadas cuando mamá jugaba con ella, lo suavecita que es y como huele a dulce. Y esta visita me ha permitido observar como mis niños sentían celos por la invasión de territorio.

A mi, siempre un bebé me hace resurgir mi instinto maternal, que últimamente vuelve a estar más acentuado. Y con una pequeñaja en casa, tan bonita, no he podido por menos que cogerla en brazos desde el minuto cero. Al principio mis niños han sentido la normal curiosidad por las recién llegadas, pero pasado un rato, viendo que no soltaba a la niña y que no paraba de darle besitos, mi hija ha empezado a ponerse más cerca de la bebé, con la intención de explorarla con más comodidad.

Pasada la primera hora, viendo que no la soltaba ni de broma, he empezado a llamar la atención y luego quería que la soltara yo y la cogiera otra persona, para poder subirse encima de mi y que la cogiera a ella en brazos.

Los celos son una respuesta emocional normal, un estado afectivo en el que prima el miedo a perder, total o parcialmente el cariño y la atención de alguien querido y que te quiere. Ese miedo a que ese ser al que quieres, prefiera a otra persona, a la que ves como un rival, es normal en los niños, cuando consideran que son menos queridos que antes.

Suelen evolucionar bien, aunque algunos "destronados" tardan en aceptar la nueva situación, por ejemplo cuando llega un hermano. 

Mi hija ha sentido alivio, cuando ha visto que salía por donde había venido, camino de su casa. El peque simplemente se  ha asegurado que se marchaba, acompañándola personalmente hasta la puerta.

No querían compartir a mamá, aunque fuera sólo un ratito. Me consideran suya, en cuerpo y alma, ¡que egoístas!.


martes, 15 de mayo de 2012

Mucha agua.

Hoy me he enfundado mi "Arena" azul nuevecito, mi gorro Speedo negro y he disfrutado del agua como hacía tiempo.

Este cuerpo no es lo que era, pero me ha importado todo eso, o sea, nada de nada. Fuera complejos, no estoy "divina de la muerte", pero como no lo he estado nunca...

No conocía el sitio, aunque hacía tiempo que lo había visto al pasar por la carretera, era la primera vez que entraba, pero me ha gustado mucho. Hemos estado en: http://www.thermasdegrinon.com/termal.cfm

Conozco varios spas y es un estilo al mítico Caldea de Andorra. Es grande y está bien organizado. Bueno, reconozco que me ha descolocado un poco que el vestuario fuera mixto (con cabinas individuales para cambiarse, of course), pero nunca he sido puritana. Me he calzado, como el resto, unos horrendos patucos obligatorios y ¡¡a disfrutar!!.

A las 10.00 ya había bastante gente, se notaba que hoy era festivo en la capital. El recorrido empezaba con diferentes chorros de agua a presiones y temperaturas diferentes para diferentes paquetes musculares: desde los tobillos a la nuca.  Pero como siempre, he tenido el mismo problema: el mundo está pensado para gente de estatura media y los que no llegamos a esa media sufrimos situaciones peculiares. A mi, algunos de los chorros me llegaban 20 cm. por encima o por debajo de donde se supone que deberían llegarme y palabra, que 20 cm. de diferencia, bromas a parte, son muchos centímetros. Para entendernos, los chorros que deberían llegarme a los glúteos me masajeaban las lumbares.Y los de las dorsales, me masajeaban la zona cervical como si fuera una "Fräulein" masajista cabreada. 

De la piscina central he salido con la espalda más roja que una sueca en Benidorm (y no era la única). En la zona del Lago de Cristal, me ha costado mantenerme firme de pie, porque la presión del agua me empujaba constantemente, agarrada a las distintas barandillas he estado lo más digna posible.

Vuelvo a insistir, mi escasa estatura me ha causado algún problemilla, porque literalmente me llegaba el agua al cuello en algunos sitios si me sentaba. En las camas oxigenantes por poco me ahogo, si me hubiera llegado a tumbar en ellas, ahora no estaría escribiendo (deberían replantearse que la estatura mínima para acceder a las instalaciones sea 1.10 cm).

De ahí, al primer grupo de yacuzzis, el Yacuzzi Trébol y luego, como una pedazo valiente, a la cascada de nieve, que seré pequeñita, pero me atrevo con todo (aquí si que no hacía pie, así que sin quererlo me he sumergido entera en agua con-ge-la-daaaaaa), menos mal que es buenísimo para la circulación y lo he agradecido primero en el baño turco y luego en la sauna finlandesa.

Continuando el circuito, me he relajado de lo lindo en la sala de cromoterapia (a diferencia de Caldea, donde sonaba música chill-out con pajaritos, la ambientación musical era mejorable), traducción: yo no hubiera puesto ese tipo de música ¿a quién se le había ocurrido lo de la samba instrumental?. Una vez descansada, a los jacuzzis zen. Y ahí si, con tanta burbuja de agua calentita me he sentido como un garbanzo en una olla cociendo, bajo la atenta mirada de las reproducciones de los Guerreros de Xian.

Tras pasar por el pediluvio, a la zona de termas romanas (un estilo a "Medina Mayrit) y sin cortarme un pelo me he sumergido en los 14º del Mar Índico para pasar a la salinidad flotante del Mar Muerto, que de todos, son los que más me han gustado, tanto que he repetido varias veces.

Casi para rematar, la zona del circuito de duchas. Lo confieso, he pegado un grito en la escocesa que parecía la de "Psicosis", eso de chorros de agua fría, muy fría y templada... hay que tener mucha entereza para salir de ella con una sonrisa.

Como había tiempo (era un circuito de 3 horas), he vuelto a la cascada de nieve (soy a veces un poco masoquista) y tras refrescar mi piel con escarcha de hielo ¡¡toma ya!!, al baño turco, para abrir los poros de la piel bien y más cromoterapia.

Por último, me he tumbado a descansar a las camas de infrarrojos, rodeada de cocoteros (artificiales, pero tan bien hechos, que sin mis gafas de miope parecían reales). Ahora se lo que siente un huevo cuando lo están incubando: calorcito, agradable calorcito.

Y para finalizar la experiencia: un masaje relajante en la espalda, de media hora. Casi levito, ya no tengo la espalda tan contracturada. A mi, que no me gustan ni las joyas, ni el marisco y por supuesto, no me gustan las pieles, me ha parecido el regalo perfecto.

Pero estoy A-G-O-T-A-D-A, si es que la buena vida cansa mucho.


15 de Mayo.

Según el Código Civil español:

Art. 66
El marido y la mujer son iguales en derechos y deberes.

Art. 67
El marido y la mujer deben respetarse y ayudarse mutuamente y actuar en interés de la familia.

Art. 68
Los cónyuges están obligados a vivir juntos, guardarse fidelidad y socorrerse mutuamente.

Fue un sencillo acto jurídico, completado con el consentimiento mutuo y la firma del acta, en el que no hubo intercambio de anillos porque no se sentía la necesidad de mostrar ante los demás nada que no se viera reflejado en nuestras caras. En su lugar se intercambiaron velas, que acabaron fundidas en única cera esa misma noche.

No hubo arroz, hubo estrellas plateadas y azules, estrellas que descendieron sobre cabezas y el césped de nuestro escenario.


No hubo tarta nupcial, pero no faltó el toque dulce, ni las risas, ni el puntito nostálgico de quien ve ante sus ojos como una hija ha crecido de repente y ya no es una niña.

 No hubo caros vestidos, sólo un sencillo diseño propio, no pasé mis últimas horas de “soltera” transformando mi aspecto en una peluquería, no necesitaba sentirme “reina por un día”, me peiné y me maquillé sola, como sigo haciendo cada día, mientras contestaba SMS de felicitación.

La música era nuestra música favorita, los participantes sólo familiares directos, pero con muchos amigos presentes en el corazón.

No necesitamos fotógrafos que inmortalizaran cada sonrisa, ni poses ensayadas, ni más rituales, ni nada más.  Sólo sencillez, sólo había amor.

Sin focos, pero con luces de velas. Con la única promesa de compartir el tiempo.

En un jardín, rodeados de las primeras flores de mayo, de ese mayo de 2004.

domingo, 13 de mayo de 2012

La inaguración.

Qué el tiempo está cambiando, ya nadie lo duda y que está haciendo calor como si estuviéramos ya en pleno verano, es evidente.

Por eso este fin de semana, he desembalado la mesa, las sillas y las tumbonas que tuvimos que comprar, cuando sus antecesoras de plástico murieron la pasada temporada. Las he dejado como una patena y le he dado un repaso al patio para empezar a disfrutar al aire libre del buen tiempo.


La ventaja de tener un patio, aunque sea pequeño, es que cuando se puede, se disfruta del estilo de vida mediterráneo: calle, aire, sol...; los niños pueden jugar en él sin peligro y han empezado las cenas tranquilas contemplando como nos sobrevuelan los aviones destino a pista de aterrizaje, disfrutando del lento anochecer y viendo como destacan las primeras estrellas.

La vida de verano así, es como un gran patio de vecinos, se oye lo que no quieres oír y eso nos ha proporcionado innumerables momentos jocosos; te oyen aunque tu trates de evitarlo y compartes el sonido de cenas familiares, informativos en televisores a excesivo volumen y olor a barbacoas (algunas desagradablemente preparadas con queroseno, grave error ¡donde esté la leña!...).

Capítulo aparte se merecen las noches de tumbonas a la luz de las velas, escuchando como poco a poco se apagan los sonidos de vida cotidiana, mientras se disfruta de una brisa nocturna que aleja a los inoportunos mosquitos, que me acribillan sin piedad por tener la sangre tan dulce.

¡¡No se puede estar tan rica!!, bromeo sin modestia alguna.

Y así estoy aquí, pasada la medianoche del primer fin de semana del ya cercano verano. Con el ratón inalámbrico (no me apaño sin él) a la derecha y una caja de bombones a la izquierda (esta noche no hay piedad, no me voy a conformar con uno, van a caer todos, no quiero resistirme).

Como música de fondo tengo los maullidos de un gato blanquinegro, que me mira curioso, encaramado a la valla, más lejos aún se escucha algún niño aún despierto y muy lejano, el ruido de los coches que entran en el pueblo.

Soy afortunada por disfrutar de esta calma, de esta temperatura, de este cielo estrellado, del olor de tomillo, del romero y de la tenue luz de nuestros faroles.

No tengo sueño, me niego a que el cansancio del ajetreado día me impida disfrutar de esta calma que también parece de otro mundo, aunque sea un mundo más modesto y más cercano a la capital del reino.

martes, 8 de mayo de 2012

Perpleja.

Después del baño y ya con el pijama puesto, mi hijo se ha ido corriendo a la habitación de su hermana, ha abierto un mueble y ha sacado una mochila. Cuando he ido a ver que estaba haciendo, temiéndome la peor de las trastadas, me ha soltado una contundente frase: "M. (sólo obtengo el título de "mama" si la fiebre le ataca), ponme la mochila, aquí a la espalda, que tengo que salvar el mundo".

He levantado la ceja sorprendida y le he preguntado arrodillada a su altura: "¿Vas a salvar el mundo? ¿tu solito?", toda incrédula. "Si, yo puedo". Y se ha ido corriendo a su habitación a contárselo a su hermana.

Mientras me ponía en pie y le veía marchar a toda velocidad, he sonreído pensando en que mi hijo es un bonsái de héroe, con más ingenuidad que altura, lo propio de un niño que hoy cumplía dos años y siete meses y por supuesto, con toda la inocencia propia de su edad. Afortunadamente.

Me ha recordado uno de mis personajes favoritos de "Barrio Sésamo" (el otro es el Conde Draco y su cohorte de murcielaguillos):


Me he imaginado a mi hijo como un tierno héroe de andar por casa, que tiene la suerte de pensar que con una simple mochila en forma de gato y vacía, se pueden solucionar los problemas de su pequeño mundo.

No he conseguido quitársela hasta ahora, de hecho está dormido con la mochila puesta, tampoco he querido insistir demasiado ¿para que le voy a quitar la ilusión de pensar que lleva las soluciones para la humanidad a sus espaldas?

En realidad es así, sobre sus espaldas y sobre las de miles de niños de su edad recae la responsabilidad de mejorar el mundo de dentro de unos años. Lo que sus cabezas piensen y creen serán las soluciones de mañana.

Si yo tuviera que llenarle esa mochila, la llenaría de sentido común, de sensibilidad hacia los demás, de firmeza en las propias convicciones y poco más, porque la ilusión por creer que lo pueden arreglar todo, de la forma más sencilla, esa ya la lleva él puesta. El resto, ya lo irá haciendo la experiencia en la vida.

sábado, 5 de mayo de 2012

Celebro la renuncia.

Cuando una mujer decide tener, además de otros títulos, el de madre, empieza una carrera de renuncias voluntarias, pero continúas.


Cuando tienes confirmación de que dentro de tu cuerpo hay más un corazón más latiendo, la vida ya te cambia. En mi caso, ya antes de que lo supiera con certeza, lo primero que hice involuntariamente fue cambiar de postura al dormir, dejé de estar de cúbito prono, no sé muy bien porqué y empecé a dormir de lado. Y empecé a sentir la responsabilidad por el ser por el que siempre te sentirás ya responsable.

Bastantes meses antes había dejado de tomar calmantes para mis continuos problemas óseos, aprendí técnicas para aumentar el umbral del dolor y aprendí a convivir con los molestos efectos colaterales de múltiples intervenciones quirúrgicas.

Renuncié a tomarme unas cervezas, empecé una alimentación aún más sana, tomé infinidad de ácido fólico, progesterona y vitaminas, tomé litros y litros de leche con calcio, en definitiva, traté de llevar una vida de lo más tranquila, empecé a prepararme psicológicamente para una nueva etapa de mi existencia y a reestructurar una casa para acoger nueva vida.

Observe maravillada como cambiaba mi cuerpo, como se transformaba mi pecho, como aumentaba mi cintura, como dejaba de valerme mi ropa talla 34-36, según fabricante, como se transformaba hasta mi piel, como se dibujaba la “línea alba”, como brillaban mis ojos de felicidad.

Incluso sustituí temporalmente mi ropa interior por una más cómoda, pero mucho menos favorecedora; en la última etapa pre madre hasta mis camisones parecían tiendas de campaña.


No me importaron las nauseas, los calambres ni el insomnio, no me importaba sentirme mal.

Llegó el día en que me convertí en madre y fue lo contrario a lo esperado y soñado. Entonces descubrí la renuncia mayor que iba a tener que vivir,:renuncié a ver hecho realidad el sueño tal y como lo había imaginado.

Tenía muchas lecciones que aprender a partir de ese momento y la fundamental, como siempre ha sido, me la dio mi madre. ”Mamá J”, como me gusta referirme a ella, hizo lo que una madre hace por sus hijos: me acogió en su casa para que estuviera más cerca del hospital donde estaba mi hija, me cuidó, nos cuidó, se encargó de nuestras comidas y nuestra ropa, de atender por mí las llamadas de teléfono, para que yo me recuperara y sólo me tuviera que ocupar de mi niña. Aunque ella no estuviera en condiciones, sacó fuerzas y sólo pensó en ayudarme.

Me abrazó con inmenso cariño, con cariño de madre doliente, cuando me derrumbaba inconsolable, llorando amargamente sobre la mesa de la cocina. Me consoló con cariño cuando no encontraba consuelo en las noticias que recibíamos.

Me dijeron que tenía que intentar la lactancia materna y empecé a extraer leche para ella, de día, a ratos entre visita y visita a la U.C.I.N., de noche, mientras que todos dormían y la preocupación no me dejaba dormir, con tanto entusiasmo que conseguí tener hasta 47 litros en tres congeladores diferentes, en innumerables bolsas de “Medela” de 250 c/c, convenientemente etiquetadas.
Ya con ella en casa, renunciamos a dormir, cada dos horas había que darla de comer, con biberón, incluso con jeringuillas y a cucharaditas, todo con tal de alimentarla. Cada vez que vomitaba, me volvía a extraer leche y volvíamos a empezar (no tenía fuerza para succionar), el ejemplo de “mamá J.” me daba fuerzas para seguir, ella no se rindió conmigo, yo no me podía rendir con mi descendencia.
La falta de tiempo me hizo renunciar a ver a mis amigos, a salir, a ir al cine, de compras, a las agradables y largas conversaciones telefónicas, los días de vacaciones se invirtieron en días de citas médicas. Las prioridades cambiaron, renuncié a mi desarrollo profesional, a volver a estudiar cosas que en otro tiempo me gustaron y aún me gustan, a disponer de tiempo para leer, incluso dejé de tener tiempo para cuidar mi aspecto y mi persona.

Fueron renuncias voluntarias, de las que no me arrepiento, pero que han marcado el cambio de mi carácter y mi forma de ver mi realidad ahora. Y que van a cambiar mi futuro, mis decisiones.

Muchas madres renuncian a su parcela como mujer, para cuidar a su prole, renuncian a las clases de Pilates para llevar a extraescolares a sus niños. Se ven en la obligación de renunciar a salir a cenar con los amigos si no tienen quien vigile el sueño de sus hijos. Su prioridad no son los escaparates de ropa femenina, sino los de ropa infantil. Ven más interés en los “Pabloskis” que en los “Pura López”.

Mi madre renunció por sus hijas a muchas cosas, no por sentirse obligada a ello, pero si por sentirse impulsada a ello, por ese impulso generoso que se siente cuando ya no eres sólo una mujer, por esa sensación maravillosa que te da la Naturaleza, cuando te conviertes en madre.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Sin premeditación.

Con la malsana intención de agotar a los incansables vástagos y no tenerlos todo el puente metidos en casa haciendo diabluras, salimos de casa el martes, que para eso era festivo y el cielo no amenazaba diluvio.

La idea era aprovechar que siempre se despiertan muy temprano, darles el desayuno, empaquetarles en el coche y poner rumbo al sur. Para llevarnos la contraria, no se despertaron a las 7.01 a.m., que últimamente es lo habitual, lo hicieron como hora y media más tarde, pero daba igual, para un día que no había que ir contra reloj todo el rato, no importaba. Finalmente salimos de casa sobre las 11.


A las dos horas, el "tete" no podía más: "pis, pis, M." (no me llama mamá, él me llama por mi nombre de pila). Rápidamente hubo que parar a la derecha, en un camino rural. Aliviada su mini vejiga, el iluso urbanita nos preguntaba por la cadena del wc ¡¡pobre!!, tiene que salir más al campo.

La siguiente parada, después de que el conductor se perdiera y yo me mordiera la lengua varias veces para no hacer ningún comentario al respecto, fue nuestro primer destino de la jornada: a comer en el Parador de Almagro.

El lugar me pareció precioso, de todos los Paradores a los que he ido a comer, este es el segundo que más me ha gustado. Nos encaminamos al silencioso comedor, silencioso hasta ese momento. Estaban un par de familias más con niños; no era tarde, pero primero comieron los niños, que se portaron fenomenal, para lo que son ellos.

Disfruté de la copa de Gran Fucares y los entrantes, que para eso no me tocaba conducir, también  lentamente la de Rueda Blanco, fría; pero sobre todo disfruté de la comida: me supo a gloria el salmorejo con huevo de codorniz y el postre, una rica bizcochada almagreña.

Insisto, los niños no se portaron excesivamente mal, para lo que son ellos. Aun así, el  jefe de comedor suspiró aliviado cuando pedí la cuenta y mientras pasaba la tarjeta de crédito, me confesó sonriente que los niños se habían portado mejor de lo que hubiera esperado.


Luego fuimos a ver los patios del Parador, tranquilos y silenciosos hasta ese momento.

 
Patios tranquilos, inmaculadamente cuidados.

 
 Insisto, patios tranquilos que volvieron a rebosar tranquilidad en cuanto nos marchamos.
 
El olor de los jardines, incrementado por la breve lluvia de horas antes era una maravilla.

Con los ojos cerrados trataba de identificar los diferentes árboles y arbustos, sólo por su olor.



Luego, a cada paso, una calle de encaladas fachadas.
Una sorpresa, contra el cielo semi nublado.


Hasta que nuestro pasos desembocaron en la  Plaza Mayor, con sus siempre atrayentes balcones, escondiendo secretos tras sus cortinas.





  

Los niños corretearon, no suelen estar acostumbrados a espacios abiertos tan grandes, donde tener libertad para moverse sin ser motivo de preocupación para nosotros.

Y yo pude fotografiar instantes, columnas, gentes, edificios y las cruces de mayo, que se habían celebrado por la mañana.
   
No pude evitar la tentación y como ultimamente me autoconcedo pocos caprichos personales, terminé sucumbiendo en una tienda de artesanía típica y me decanté por un par de caminos de mesa bordados, para agasajar a algún incauto invitado, con una bonita puesta en escena. No suelo darle mucho aire a la tarjeta de crédito, pero reconozco que esta semana ya me he pasado varios pueblos, si es que no se puede salir...

Y ya para acabar el día, nos llevamos a los peques a un pueblo cercano, según te pierdas o no por el camino, a Manzanares, a merendar a la sombra del castillo de Pilas Bonas, con la esperanza de que alquilaran mazmorras, pero no, no hubo suerte, ahora es una hospedería, una lástima...