miércoles, 30 de octubre de 2013

Color de...

¿De qué color visto mi alma cuando los días sean más cortos? Cuando las sombras sean alargadas como lo son las noches. Cuando el hastío de lo monótono, de los días sin ventanas al mundo, no me deje ver la sabía que se ralentiza, poco a poco, replegándose hasta que lleguen momentos mejores.




¿De qué color visto mi cuerpo cuando los árboles se vayan desnudando con la misma prisa de los enamorados que no ven la hora de sentirse juntos?




¿Cómo será la vida de los gatos, cuando no tengan el cobijo de las hojas, ni verdes, ni amarillas, ni marrones? ¿donde irán a esconderse de las miradas curiosas de niños y paseantes?





¿Cuánto tiempo pasará para que los patos dejen de estar tranquilos?




¿De qué color tiño mi armario para estar mimetizada con la vida?






¿De gris? ¿O como la porción de cielo que veo desde mi ventana las tardes de semanas y semanas en las que el sol se esconde? ¿De negro como mis interminables madrugadas?



Guardo un resquicio de luz, de variedad de color para los mediodías diferentes, para las escapadas sin excusas al centro de la felicidad, con sus variantes, con sus rarezas, con sus matices. Con sus luces y sus sombras.





¿Cómo miraré los atardeceres brillantes? ¿como serán los días del día después? ¿tendrán risas? ¿tendrán dudas? ¿vendrán?



¿Cómo recordaré la luz que se filtraba entre las hojas?
¿serán pacíficos los días o como las aguas del lago de mi juventud? ¿tendrán algo de azul? ¿me empezará a gustar alguna vez el verde?



¿Serán como inesperadas caricias de plumas blancas o serán sólo la gracia de su recuerdo? Se que será el recuerdo del calor del sol, en tardes sin excesivas prisas. Se que será el sonido acompasado de los pasos de dos sobre la tierra.


Se que será así, cada recuerdo de lo bueno, lo que no se de qué color se vestirá mi ánimo, cuando vayan pasando los días y no estés a mi lado.

viernes, 18 de octubre de 2013

Mi mundo visto a ras de suelo

Veo el mundo desde otra perspectiva del resto, porque para eso soy bajita.

Veo lo que los otros no ven, porque muchas veces miran por encima de su hombro y se olvidan de lo que hay por debajo de él.

Te veo, cuando no me miras.

Y si me siento tranquila una mañana soleada de otoño a deshacerme al sol, sobre la hierba húmeda, me siento como la hormiga y a la vez la cigarra, porque veo el mundo desde la línea que hay pegada al suelo.

Si me fundo con el azul y las nubes, a través de las hojas que aún no son ámbar y me mimetizo con las sombras de las que aún no han caído, me siento aún más pequeña, minúscula, porque mi nivel está muy bajo y hay mucho mundo por encima.


Si miro desde la altura de la hierba, todo parece demasiado lejano, pero puedo observar como lo hace un niño y te aseguro que no se ven las mismas cosas, ni de la misma manera.


Todo depende de la perspectiva desde la que mires. Tu realidad no es mi realidad porque no miramos las cosas desde el mismo ángulo, ni tenemos el mismo prisma.

Hasta el tiempo parece otro y parece que pasa más despacio cuando el sol calienta mi pelo y el viento mece con suavidad las hojas que se aferran a los árboles.

La hierba huele a hierba de verdad y vuelve a manchar mis pantalones, como hace años. 

La prisa no es la misma prisa, cuando me siento a mirar a mi alrededor. 

Veo pasar la gente que me mira extrañada. Cierro los ojos e imagino ese mismo sol en otro sitio. Abro los ojos y veo que a ras de suelo, nada es lo mismo.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Sonríe, ¡por favor!

Una de las cosas que más detesto en esta vida es tener la boca abierta durante minutos y no poder decir lo que se me pasa por la cabeza. Abstenerse de imaginar nada los que tengan la mente sucia, simplemente me refiero a lo mal que lo paso cuando tengo que ir al dentista.


No me da miedo, en absoluto, pero mi odontóloga no para de hablar y no puedo contestarla, ni darla conversación mientras ella trabaja.

No sólo no me da miedo, para nada; según L., tengo el honor de ser la primera paciente que se le ha quedado dormida mientras le practicaba una endodoncia sin anestesia.

Y digo dormida, pero dormida profundamente en el sillón (cosas de las hormonas en el primer trimestre de embarazo, combinado con falta de sueño durante varios años, hicieron que en una época no muy lejana de mi vida, cada vez que me sentaba en su consulta, me quedara dormida), a pesar del foco encendido encima de mi cabeza, el sonido del torno, nada melodioso y un "ligero" dolorcillo mientras me mataban el nervio.

Todo sea por lucir una agradable sonrisa, pienso en esos casos, sin poder verbalizar nada y sin decir ni "pío".


La sonrisa, para el que no tenga a mano un diccionario para consultar, es esa energía mágica que transforma la cara de las personas, transmuta su ánimo. 

Es esa forma silenciosa de reírse, sin hacer ruido.

Es la imagen que más me gusta atesorar de las personas: la expresión de sus caras cuando traspasan el umbral de mi casa, con la comisura de los labios curvada hacía arriba. Es la imagen en el rostro de alegría cuando hace mucho rato que no ves a alguien a quien quieres mucho ver y te responden con una sonrisa y un: "ahora que te veo, estoy mejor".

Es la expresión exterior de que por dentro tu cerebro está generando endorfinas en ese momento, a toda máquina; es el reflejo de que eres feliz, aunque sea durante unas breves briznas de tiempo.

Me gusta pensar en las personas que quiero cuando están sonriendo. Me gusta el sonido de la risa de mis hijos bajo mis "implacables ataques de cosquillas". Me gusta el movimiento #spidertanga, porque persigue un maravilloso fin: arrancar una sonrisa (y no sólo a Paris). Me gusta pensar que si me río, se reducen mis dolores. Me gusta mirar que algunas de las arrugas de mi cara son de sonreír tanto.

Me gusta recordar el día de la primera sonrisa de mis hijos. Me gusta recordar los momentos de sus carcajadas cuando juegan, hasta caerse de espaldas.

La sonrisa es universal. La sonrisa es un bien personal que hay que entrenar con práctica diaria para que no se oxide. Me gusta hacer trabajar a mi sistema límbico y que rabien los que no saben que una sonrisa abre más puertas que cuatro gritos.

De verdad, no me importa tener que pasar por el dentista, si así, cuando sonrío, lo que ven los demás es un buen reflejo de lo que siento por dentro.

Y ahora: sigue sonriendo. Hazlo cuando pienses en el lado bueno que SIEMPRE tienen todas las cosas. Sonríe cuando quieras decir algo bonito y no encuentres la palabra precisa. Sonríe cuando me veas sonreír y alegrate de lo que compartimos juntos, sea mucho, sea poco, aunque sea menos de lo que esperas.



Sonríe, ¡por favor!, que se te ilumina la cara. Y además es muy bueno para tu salud.