lunes, 30 de diciembre de 2013

Comprópata.

Finales de año es una época malísima para las que creemos que llenando con cosas la existencia, a un ritmo inversamente proporcional a como vaciamos el fondo de las tarjetas de crédito/débito, se va a rellenar el hueco que sentimos en el alma.

Todo te invita a adquirir para uno mismo o con la fenomenal excusa de que es "para regalar", cosas que estando en sano juicio, ni se nos pasarían por la cabeza: una manta con brazos para una abuelilla que se mueve poco del sofá (en realidad es para que no tenga que gastar en calefacción, que la pensión no da ya para esos "lujos"), un pijama con forma de disfraz de reno, cuernecillos de tela incluidos, etc., etc. y etc.

(Me voy a guardar lo que pienso de los que atesoran "barriguilla" durante todo el año para el disfraz de Papá Noel, si, me refiero a esos que no necesitan ponerse un cojín de relleno).

Lo reconozco, con los regalos a veces me vuelvo un poco cabroncilla malévola y busco lo menos tradicional (nada de corbatas, calcetines o colonias..., bueno, a veces si) sólo por el placer de ver la cara que pone el afortunado cuando abren el papel de regalo. No lo puedo evitar, con eso, también disfruto.


Pero tanto centro comercial, con esas luces, esos escaparates..., tanta gente comprando como si se fueran a acabar las existencias, esa alegría por gastar aunque no nos haya tocado nada en la Lotería..., es como para hacer un reportaje, si es que no se ha hecho ya alguno. Demasiadas tentaciones. Si, demasiadas.

Alrededor del solsticio de invierno (otro día comentaré lo que me pasa en rebajas) empieza a propagarse la epidemia por mi interior y con niños en casa empiezo a imaginar sus caras de alegría en día "D", hora "H" (que suene ser siempre muy temprana) y sólo de pensar en lo que pueden recibir y de lo ilusionados que se ponen, ya me lleno de alegría.

Tengo muchos vicios, este es de los confesables y aunque sean cosas de poco valor, el hecho de poder adquirir, cuando durante muchos años no he tenido ni para cosas muy básicas, me da una sensación interior difícil de explicar y por otro lado, una vez hecho el desembolso (me refiero a cuando vuelvo a casa y vuelco el bolso encima de la cama), me da una sensación de culpabilidad que me cuesta encajar.

Ahora que no puedo ya llevar tacones de infarto, colecciono pendientes y bolsos, camisas y vestidos cortos (en realidad, justo justo, por encima de la rodilla, porque menos en mi caso, no me parece elegante) y disfruto comprando aunque sea en una tienda de chinos, ambientadores o bandejas de mimbre para usar como paneras.

Dado que mi nivel adquisitivo es el propio de una mileurista de la franja baja del mileurismo (y tan contenta de seguir teniendo nómina todos los meses), no me da para dispendios de lujo, pero comprando, que se le va a hacer, comprando de momento disfruto.

Ho- ho- hooo.

lunes, 16 de diciembre de 2013

El sabor de lo irrepetible.

No tiene porque ser una situación extraordinaria la que te haga sentir que hay muchos matices en la vida y que te estás perdiendo.

Basta con salir de lo cotidiano, de levantar el día cuando el día ha empezado a una hora no habitual y salir de casa cuando otras veces, la rutina te marca tareas, que siempre son las mismas.

Basta con dejar que tus pasos te guíen por lugares conocidos, que parecen nuevos si los ves con una luz distinta.

Es suficiente con pararse tan solo un minuto y mirar, ver como la luz se filtra a través del agua, respirar el aire húmedo y frío. De sentirse a solas. Una vez más.

De sorprenderte con cosas sencillas: sólo luz, sólo agua en movimiento.


La luz de otro día que se abre paso, poco a poco. Otro día igual a otros, pero en parte diferente. Al fin y al cabo sólo es frío, sólo es luz, sólo es agua que fluye, pero así fluyes, vida.

Tan sólo eres agua, pero me bastas, agua. Agua que me empapa, agua que me moja y ni tan siquiera estoy cerca.

Y me acerco a ti. Una vez más, porque para eso me atraes con irremediable fuerza. Oigo tu llamada y aquí me tienes una vez más. A tus pies. Agua.


Me acerco. A ti y sólo a ti, que rompes con tu agua sobre mi piedra. Que me moldeas aunque no quieras. Que rompes en mil partículas de luz todas las moléculas que me componen.

Porque sólo tu estás presente en todo lo que hago, vaya a donde vaya y esté con quien esté. Sólo tu, el agua que calma la sed que siento, a veces fría, a veces me quemas.

Me acerco un poco más, antes de tener que alejarme. Otra vez.


Y eres tu. Y sólo yo. Unidos día y noche. Tu que mojas. Yo que me dejo mojar. Te miro. Admiro tu sencillez. Grabo para siempre en mi retina este instante.

Y me alejo. Sin mirar atrás. Como hacía antes.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Hasta la medula.

Mi madre, que es una de las dos personas en el mundo que realmente me conocen bien, dice que a veces "me pongo muy mística".

Y si es cierto, lo llevo en la sangre; bueno más bien lo arrastro en mi signo. Desde que nací. Para ser exactos.


Hay veces que me dejo llevar por mis pensamientos y me quedo columpiándome en ellos tranquilamente. 

Oscilo entre el debo y el quiero.

Levito. 

No me centro. 

Se me va la vida en otros pensamientos que no son los que debería tener. Suspiro, miro a un lado y a otro y me veo viendo pasar mi vida por delante, petrificada, sin atreverme a vivir.




Sedente y sedienta de un agua que no llega. 

Intranquila. 

Y por fuera la viva imagen de la calma. Mientras que por dentro el riachuelo tranquilo da paso al torbellino de agua y éste a la más vertiginosa de las cascadas.

Veo un futuro de no sólo uno. Pero a veces, pierdo el ánimo y la paciencia. Me dejo llevar por los pensamientos menos positivos y voy nadando, a veces río arriba, a veces sólo contra corriente.

Se que esta dualidad la llevo sobre mis hombros, que me acompaña y me acompañará en todos mis pasos, ya sean en mis presentes carreras contra el reloj o en mis futuros paseos tranquilos por la arena.

Lo se mamá, a veces me pongo "muy mística", eso me pasa por ser pez de marzo.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Tradiciones.

Toda familia tiene las suyas. Toda casa tiene sus propias costumbres.

Cuando das forma a tu nueva vida y la dotas de un espacio propio, personal, a tu gusto, decoras en función de tus preferencias. Imprimes tu personalidad en cada rincón, en cada detalle y luego le vas dando coherencia con pequeñas tradiciones, ya sea diarias o de repetición anual.

En esta santa casa hay varias cosas que se llevan repitiendo como una costumbre arraigada, desde hace varios años.

Una de ellas, es que cuando llega diciembre, me regalan una Flor de Pascua. Siempre busco el mejor rincón para ella, que esté alejado de las corrientes de aire que la aniquilan, que tenga luz y temperatura constante. Siempre busco el lugar donde la vea nada más llegar a casa. Y me alegre.

Llega a primeros de mes, va perdiendo poco a poco sus hojas. Y a veces ha sobrevivido hasta el verano, exhultante de color, desentonando con el resto de la decoración de la habitación.


Otra es recorrer la Puerta del Sol el 31 de Diciembre por la tarde, antes de que se llene de los personajes más variopintos, antes de la última cena del año. Año tras año se ha ido repitiendo, se ha ido sumando gente y en la foto de familia no hemos sido ni uno, ni dos, ni tres.

A pesar del frío mi planta, ella, ya ha llegado también este año. Este año vuelve a ser roja, pero también he tenido el regalo anual en su variante amarilla. Aún más bonita o al menos, por ser menos habitual, más exótica, pero también un poco más delicada, es la que más me ha gustado de todas las que he tenido.

También pondremos el árbol, adornado de angelitos, de preciosos angelitos dorados, suaves y entrañables, como no podía ser de otra forma, siempre presentes en esta casa, de una manera u otra. Adornaremos la escalera con las piñas recogidas en las pocas ocasiones que hemos podido salir al campo. También cada año son más, cada año añadimos algún elemento nuevo y ir sumando en lugar de restar, también se ha convertido en tradición. Algunas piñas las pinté siendo una niña y han acompañado mis finales de año desde hace décadas.

Aunque vayan variando las circunstancias, aunque este año tampoco la situación sea la que a mi me gustaría que fuera, este año se dará la bienvenida al tiempo de Adviento.

Y nos prepararemos para el cambio de un periodo a otro. Con la esperanza de que el fin de un año y el principio de otro sea para que lleguen a nuestras vidas todo aquello con lo que hemos soñado.

No me gustan estas fiestas. Me producen una tristeza sin precedentes, pero como bien dijo hace tiempo un amigo, de esos que la vida te pone en el camino, con niños se viven de forma diferente. Y es cierto, con niños en casa vives la ilusión de recibir el regalo deseado, como si fuéramos de nuevo niños todos, sin serlo. Y disimularemos la desilusión de no tener el juguete soñado, como cuando no recibías lo que tanto querías tener.

Ese año inculcaré nuevamente la tradición de estar con la familia, de regalar para alegrar al que recibe, de hacer resumen y balance de lo dejado atrás. Y de lo afortunados que somos por seguir viviendo.