lunes, 21 de abril de 2014

Cambio de perspectiva.

Hay cosas que se mantienen inalterables con el paso de los días.

Hay situaciones que no son las mismas, si están en unas coordenadas geográficas diferentes. Aunque sólo haya algunos kilómetros de distancia. Se trata de poner tierra de por medio.

En algunas ocasiones, hasta el mismo aire parece diferente, si lo respiras al otro lado de la montaña. Las nubes te parecen más bonitas, hasta más blancas. La hierba huele mejor que la que hay al lado de casa y la luz de la tarde tiene el sabor de lo diferente.


De entre todas las sensaciones que más disfruto cuando salgo de mi hábitat habitual, hay dos que procuro saborear con toda la intensidad de la que soy capaz. Una, es la sensación de despertarme en una cama que no es la mía. Justo en ese momento en el que pasas de la ingravidez del sueño, aterrizas suavemente en el lado de la consciencia, abres los ojos despacio y te vas situando en el mundo que te envuelve.

Otra, es la sensación del lento transcurrir de las horas, cuando no hay prisa. Cuando descubres otras vistas, otros paisajes y todo es la primera vez. Todo lo que ves es nuevo, todo es todo en ese momento.


Y los pinares de tu niñez, cuando viajabas con tus padres y te adentrabas con la imaginación en bosques plagados de hadas y duendes infantiles, los ves a través de los ojos de la inevitable madurez que imprimen los años de constante lucha contra la realidad.

Esos seres que tu desbordante inventiva, se han transformado con el tiempo en tus cuentos más ocultos, salen de sus escondites verdes, al caer la tarde.



Atraviesan la carretera y se cuelan por la ventana de tu cuarto, ese en el que te despertarás sólo un par de veces en tu vida, para rondar el sueño de la que siempre será una niña, a pesar de la vida, a pesar de las canas, a pesar del peso de la realidad, día tras día y sea el que sea el lugar en el que te despiertes.

viernes, 18 de abril de 2014

Olor a torrijas.

Siempre eché de menos cuando era pequeña, tener un pueblo al que huir en vacaciones.Tener un sitio al que dirigirme, escapar para poder salir de la misma monotonía en casa.

Cuando llegaba la Semana Santa, mi pequeño barrio se despoblaba. Casi todos se iban con la familia, a cumplir con las tradiciones religiosas. El otro "casi" nos quedábamos añorando el tener un rincón en el universo en el que encontrarme con primos y más primos, con amigos de otros lugares que siempre estuvieran fielmente presentes en las vacaciones, puntuales a la cita anual con la devoción.

Al silencio y al recogimiento propio de la fecha, se unía el deshabitado silencio del rellano de la escalera. Sólo endulzaba esa amargura de la soledad, el olor a azúcar y canela. El olor a dulce y sencillo postre frito, a pan duro remojado en leche (a veces en vino dulce) que elaboraba con mi madre, tareas de intendencia familiar en las que colaboraba sin mucha afición, a falta de algo mejor que hacer.

En la blanca cocina, con el gran patio como testigo al otro lado de los cristales, miraba las nubes correr, escondiendo el azul a ratos. No había música, no había risas. A veces alguna sentida saeta en las pocas emisoras de onda media, que sintonizaba el transistor familiar.

Recuerdo esos días, como días muy largos. De juegos solitarios con mis muñecas. De penitencias de silencios. De ensalzamiento del dolor y la muerte. De la resurrección, sólo al final.

Si añoraba, tener un pueblo donde ir.

Por eso, muchos, muchos años después, intento absorber en estos días, la esencia de la vida alejada de las ciudades. Y si las circunstancias lo permiten, me gusta pasear por calles diferentes a las mías.

Esta vez, respirar el olor de la inminente tormenta, ahogada con un suave viento del norte. 


Cielo de contrastes de luz. Mi siempre azul preferido, contra el blanco y también contra el gris más oscuro. Y el silencio, sólo roto por el silbido de viento contra la madera. Meciendo las flores de la ya certera primavera.


De llanuras extensas, donde perder la vista. De pueblos blancos y extremadamente limpios. De encaladas calles vacías, tanto como mis calles de la infancia en estas fechas.


Recogimiento con olor a canelas calientes, fundidas con azúcar. Mezclados, en el recuerdo, el sabor de los guisos de bacalao en cazuela de barro, de mi madre.


Sigo añorando los pueblos, a pesar de vivir en uno. Sabiendo que en realidad añoro tener acompañado el alma.

Y para combatir esa añoranza, dejo que mi madre me siga preparando, mientras aún pueda, esas dulzuras de pan empapado, cuyo olor continúa inalterado en mi recuerdo.

miércoles, 9 de abril de 2014

Glasses.

I am blue. 
I seem to be insignificant, but I am, to my way, important. 
As everything in this life, big or small, I serve for something.

Soy las gafas de un niño y a través de mi, va descubriendo el mundo. Soy su nuevo acompañante en el viaje.

Por mi prisma le filtro los primeros rayos de sol de las incipientes tardes de primavera. Voy contigo mientras montas en bici. Te evito el aire que viene de frente y amenaza con hacer cerrar tus ojos.

Freno tus lágrimas, ahora soy la barrera de ese río incontenible de sentimientos sin contener. De lágrimas por rasguños minúsculos que duelen más en el orgullo que en la piel.

Formo parte de tus juegos. Ahora estoy infiltrado en tus horas de clase y de patio con los compañeros.

Soy las gafas que te hacen pertenecer al mismo clan familiar de miopes e hipermétropes que cohabitáis bajo el mismo techo, con las mismas paredes como límites.


Te sientes cómodo conmigo. Y a mi me gusta ser tu nuevo compañero. Ahora soy tu aliado inseparable. Voy donde tu vas. Y menos a la hora de dormir o de bañarte estoy en contacto con tu piel en todo momento.

Soy tu escudo. Y soy tu sello de distinción. Conmigo ya eres distinto. Y te gusta que te haga diferente al resto. Todos te miran, todos te dicen cosas. Conmigo ya no eres sólo el hermano de ella. Ahora eres tu y yo soy tus circunstancias.

Todos te dicen que estás más guapo desde que me he instalado en tu cara. Mamá piensa que con mi llegada, ha desaparecido definitivamente el bebé que ella adoró. Papá no opina, pero te mira con cara de orgullo. Ahora te pareces aún más a él.

Conmigo pareces más adulto, más importante, más mayor, menos niño pequeño. 

Te has vuelto más contenido, casi diría que algo más cuidadoso. Soy tu evolución. Soy el que prueba que distas mucho de la perfección, como todo humano.

I'm blue. I'm not negligible.

lunes, 7 de abril de 2014

El lento transcurrir de la existencia.

A veces la vida te permite un receso para tomar impulso, para cambiar el rumbo cuando la decisiones discurrían por una pendiente empinada.

Tratas de aferrarte a la raíz del árbol que se ha cruzado en tu camino, pero ni sientes su sombra, ni su cobijo y te das cuenta que ni siquiera es el mejor árbol que puedas encontrar.



Sólo buscas un banco para descansar y reponer fuerzas, para disfrutar de la tarde y de la calma. Entre dos troncos secos, a pesar del frío.





Pero te das cuenta que ninguno es del tipo de madera que necesitas para que arda tu fuego. Y en cuanto puedes te levantas para seguir tu paseo lento. Como lento pasa el tiempo cuando no tienes nada que hacer. La lenta existencia del que no tiene ninguna prisa respirando.

Y al lento discurrir de la sucesión de días se suman las noches sin sueño y sin cansancio, las mañanas sin más prisas que las marcadas por las ahora obligadas rutinas de las comidas frecuentes. El resto sólo es trabajo. El resto sólo son imposiciones.

Miro por la ventana, un frío continuo no para de helar mi sabia desilusionada y mi corazón. No preparé bien mi leñera para el invierno y me encuentro con troncos nudosos y húmedos que no arden, sólo provocan humo. Y distancia, cada vez más infinita distancia.




Humo que te ciega los ojos. Para no dejarte ver con claridad. La injusta forma de percibir, siempre lo extremadamente bueno, siempre lo extremadamente malo.

O troncos que huyen, apartándose de tu camino. Que se inclinan a un lado, pero que tampoco dejan libre del todo el terreno a tu paso.




Y en el lento transcurrir de los días sin prisas, sin apenas obligaciones, en el paseo lento de las tardes grises de lluvia incesante, pienso en los árboles que rodean el camino, sin hojas, sin belleza, de tronco rugoso y áspero, que rozan la piel hasta hacerte herida si te acercas demasiado, pero de los que se mezcla tu sangre con su sabia y ya nada vuelve a ser lo mismo.




A la espera de la verdadera primavera, la que da paso al agobiante y áspero verano. Ese que abre el camino al otoño y de nuevo al invierno. Hasta el infinito.