domingo, 16 de noviembre de 2014

Transporta mamá.

Debe ser un gen familiar, por la rama paterna, pero tengo complejo de taxista.

Voy de un lado para otro, acumulando kilómetros sobre el motor de mis espaldas. 

Voy contrarreloj sobre el asfalto.  Corren los minutos, trato de volar bajo para llegar a tiempo a todo.

Ahora toca recoger al niño. Ahora toca merendar rapidito para llegar a tiempo a la parada de la ruta de la niña. 

- "Venga, vamos, espabila, que no llegamos a tiempo a la clase de aerobic para críos".

Corre, corre. Gira, intermitente. No choques.

- "Mamá, venga, aparca ya, no hagas tantas maniobras".

Así una y otra vez, todos los días. Sin que parezca tener fin.

Y a mí se me contrae el higadillo cada vez que meto la llave en el contacto. ¿Porqué a mí, Señor, si NO me gusta conducir? Repito, NO m-e-g-u-s-t-a-c-o-n-d-u-c-i-r, va a ser que no.

Y por más que lo intento, no me libro ni un solo día de la semana.

Veo pasar las estaciones tras la ventanilla. Hago fotos en los atascos. 

Ahora un amanecer de impresión, de esos que te hacen coger aire antes de grabarlo en el lugar más recóndito de las sensaciones vividas, junto a los besos dulces y tiernos.

Ahora un arco iris doble, mientras que sigue lloviendo, por dentro y por fuera, mientras se me calan los huesos y me encojo preocupada.
     
         


Para minutos después salir dirección sur, al límite de la legalidad, viendo desde mi asiento de conductora, como los árboles se trasmutan en miel, sabiendo que van a morir una vez más, en el letargo cíclico, típico de su vida de árbol.



Veo oscurecer tras el cristal, mientras sigo atascada y los minutos siguen pasando. Ya llego de nuevo tarde o con el tiempo demasiado justo.

Toca ir corriendo. A todo.



Meto la velocidad y continúo mi camino. Venga, espabila, no te dejes llevar por ensoñaciones, que te come el tiempo y te están esperando.

Y el atardecer me ciega tras la luneta.



Y yo sólo quiero parar. Y tirar la llave muy lejos. Quiero tumbarme a descansar, un poco. 

Pero me he convertido, como muchas, en mera transportadora, que van de un lado para otro, del cole a las extraescolares, mientras las canas tiñen algo más que las sienes.

Las miro a la puerta del cole, con cara de prisa. Con el cansancio pintando de ojeras sus rostros. Son como yo, somos mujeres (en su mayoría, aunque eso también está cambiando), que vamos de un lado para otro. Corriendo al trabajo, corriendo a llevar o a recoger retoños.


Corriendo. Mientras el mundo sigue su curso, mientras los días se deslizan suaves. Inexorables, como las vueltas del cuentakilómetros.