domingo, 19 de abril de 2015

Lo tuyo es coraje, bonita.


Llevo varios meses poniendo en práctica aquello de "mens sana in corpore...", bueno, in corpore mejorable, ampliamente mejorable, acudiendo con cierta frecuencia al gimnasio.

Me sorprendió verte allí, acompañada por alguien que debe ser tu hijo. Tu hijo que quizás haya tenido un accidente cerebral por su forma de hablar, mirar, caminar o moverse.

Me llamó poderosamente la atención, tu forma de guiar sus piernas para que hiciera bien los ejercicios, tu forma de contar sus repeticiones en cada máquina de la sala de pesas. Creo que todos te miramos con admiración, por tu paciencia infinita, por tu forma dulce de obligarle a moverse.

Te he vuelto a ver en la piscina, animándole a mantenerse a flote, a nadar, a esforzarse... Evidentemente, no le dejas que se hunda (y no me estoy refiriendo sólo a mantener la cabeza fuera del agua). Tu melena rubia y rizada no es lo que más destaca de tu cuerpo, sino tu fuerza, tu voluntad.

Y te sigo viendo, cada domingo reflejada en otras mujeres: las que con canas desde hace años y mirada triste, acompañan a sus hijos a rehabilitación, más que rehabilitación acompañan a "vamos al menos a mantener lo que aún tenemos y a no perder lo que con el trabajo de años hemos conseguido". Las que la vejez arrastra a un pozo sin salida, con la amargura de saber a ciencia cierta, que qué será de ellos cuando ya no estemos en el mundo de los vivos.

Te veo en el cuerpo de M., que con fisuras en varias costillas y un corsé que apenas la deja moverse, conduce sin hacer caso al dolor, cada domingo para que su hijo siga haciendo fisioterapia. Tu que siempre me despides hasta la próxima semana con un "ánimo" y una sonrisa sincera.

Sigo la conversación con J., grande como un castillo, el padre que aparenta no rendirse nunca y al que he visto contener las lágrimas mirando la columna cada vez más encorvada de su hijo. Siempre bromeando, siempre con una frase divertida, pero con el alma desgarrada por la pena. Aquel al que la vida le ha regalado otro hijo y que ni siquiera eso consigue hacer que disminuya, ni un poco, su amargura.

He visto padres y madres, de niños, de adolescentes y de adultos. He visto demasiado y a veces ya no quiero seguir viendo.

No quiero verme así. Pero sé que así será. Todo es cuestión de tiempo.

Y sólo quiero ser tú y saber de dónde sacas la fuerza, para pintarte los labios de rojo y seguir avanzando, para seguir siendo rubia, dulce y cariñosa. Valiente y abnegada.

No se como te llamas, pero tienes muchos nombres. Yo sólo quiero tener valor, para que el mío forme parte de esa lista.